“El
asunto es encontrar una verdad que sea cierta para mí, encontrar la idea por la
cual yo sea capaz de vivir y de morir.”
Søren Aabye Kierkegaard
Por Robert Uranga
Pensador estadounidense
de origen uruguayo, especialista en estudios culturales
Decía Jean Baudrillard que en la era posmoderna
vivimos en una Hiperrealidad, una realidad construida, un simulacro en el que
el referente ha desaparecido o, lo que es peor, es imposible distinguirlo de su
representación. Siguiendo la famosa parábola del mapa y el territorio, podemos
decir que la posmodernidad desdibujó uno y otro concepto, dejándonos solo con
el mapa. Habitamos, pues, una construcción, un trazado de proporciones
descomunales, pero creado y sin un sustento más allá de la propia creación.
La posmodernidad, a su vez, no solo trajo una
realidad construida, un mundo de significación sin referente, sino también (y
quizás como causa de todo) una desilusión y pérdida de confianza en lo que
Frederic Jameson llamó “los metarrelatos”, aquellas narrativas que reflejaban y
enaltecían los grandes valores de la modernidad: comenzó a reinar el nihilismo
y el escepticismo, la desconfianza, el individualismo, la superficialidad, el
egoísmo. Ya no hay ideales compartidos que nos motiven y que doten de sentido
nuestra existencia: ya no importan sociedad, patria, ciencia, clase,
revolución, movimiento, progreso… Solo hay una huida solitaria hacia un futuro
indefectible que ya es hoy, que ya ha llegado, que está con nosotros y que será
eterno. El fin de la historia.
Sin embargo, la historia no se detiene. Y
de entre ese espíritu banal surgirá (o parece estar surgiendo) una nueva
perspectiva vital: la búsqueda de lo auténtico.